Y ACAMPÓ ENTRE NOSOTROS
No es posible expresar con palabras humanas el inmenso amor
de Dios por la humanidad, por cada hombre.
Basta pararse a contemplar la inmensidad inabarcable del Universo.
¿CÓMO ES POSIBLE QUE EL
QUE HA CREADO TODAS LAS COSAS
SE HAGA ÉL MISMO CRIATURA?
Pues se ha hecho un NIÑO indefenso y dependiente de los
demás, mendigo de amor y cariño.
¡¡ESE NIÑO ES DIOS!!
Nada más frágil y precioso que un niño pequeño.
Él nació hace más de dos mil años en Belén y quiere nacer hoy
en cada uno de nosotros si le abrimos el corazón.
Hoy veneramos en nuestra iglesia conventual al Niño Jesús.
COLOCADO EN EL CENTRO DEL ALTAR, SOBRE EL “SUELO”, porque Él ha bajado desde el cielo hasta lo más bajo asumiendo nuestra naturaleza humana, para que el hombre llegue a ser hijo de Dios.
Cada día, en el altar, en manos del sacerdote Él vuelve a
nacer realmente para dársenos en comunión.
RODEADO DE TRES LUCES porque Él ha descendido a la tierra
desde el seno de la Trinidad. Él es la segunda persona de la Santísima Trinidad.
El que es LA LUZ DEL MUNDO vino en el silencio de la noche. Y esa luz la vieron
los Magos de Oriente y vinieron de lejos a ver al Niño Dios. Es fácil quedarnos
con luces de colores y olvidarnos de la Luz. La Luz está en nuestro corazón
cuando vivimos en gracia de Dios. La confesión sacramental devuelve al alma la
gracia perdida. Cuando uno reconoce su pecado, se arrepiente y lo confiesa, la
luz vuelve a su alma y se llena de Paz. La Paz nace del fondo de nuestro
corazón cuando estamos reconciliados con Dios, con los demás y con nosotros
mismos.
ES EL REY DEL UNIVERSO, simbolizado en el color dorado de
la vela que hay delante de su imagen.
LA BLANCURA DESLUMBRANTE QUE LO ENVUELVE nos recuerda que Él es la Luz del
mundo. Él es pureza infinita. No conoció el pecado, pero por salvarnos asumió
nuestros pecados y cargó con ellos para destruirlos en el madero de la Cruz.
EL NIÑO ESTÁ SOBRE UNA TELA ROJA que nos habla de su encarnación y de
su pasión.
DOS ÁNGELES, UNO A CADA LADO. Pues cuando el Padre envía a su Hijo
al mundo dijo: “Adórenlo todos los ángeles de Dios” (Hebreos, 1,6)
Cada nochebuena es especial, pero anoche, fue una fiesta más grande, recordado los 800 años de la Navidad de Greccio.
En la Navidad de 1223, tres años antes de su muerte, san Francisco
tuvo el deseo de contemplar en nacimiento de Jesús. Quería que entrara por sus
ojos el misterio de Belén.
En Greccio pasó a un establo y empezó a pedir a la gente que
le ayudaran a reconstruir lo que ocurrió la noche de Navidad. Una mujer hizo de
la Virgen, un hombre de san José, llamó a los pastores y lugareños que trajeran
ofrendas al Niño Jesús.
El pesebre lo dejó vacío y comenzó la misa de Nochebuena en
aquel pobre establo.
Un santo varón pudo contemplar que el Niño Jesús se hizo
presente en el pesebre sobre aquellas pajas.
Este hecho fue recogido por todos los biógrafos de san Francisco,
incluso san Buenaventura da fe del hecho.
Nuestro padre san Francisco era muy amante de Jesucristo en
dos momentos de su vida: Su nacimiento y su muerte.
LA POBREZA DE BELÉN.
“Fue envuelto en pañales y reclinado en un pesebre” (San
Lucas 2,7) y es el REY DEL CIELO.
LA POBREZA DE LA CRUZ
Muere desnudo, despojado de sus propias vestiduras, de su
honor, de su belleza, sin un sepulcro donde ser enterrado.
Nuestros padres san Francisco y santa Clara amaron la pobreza
no por sí misma, sino porque fue abrazada por el Hijo de Dios y su santísima
Madre.
Cristo se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. (2ª
Corintios 8, 9)
San Francisco se desposó con Dama Pobreza por amor a Jesucristo.
El Crucifijo de San Damián fue el Crucifijo que habló a san
Francisco: “Repara mi casa, que como ves, amenaza ruina”. Fue tanto el amor de
san Francisco por el Crucificado, que al final de su vida aparecieron sobre su
carne las cinco llagas. Pues así se lo había pedido él:
“Concédeme, Señor, experimentar en mi ser el mismo amor que
te llevó a ti a dar la vida por los hombres.
Concédeme, Señor, sentir en mi carne el mismo dolor experimentaste
cuando fuiste crucificado en la cruz”
Tanto era su amor por el Crucificado que se identificó con Él.
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