“El cáliz que bendecimos ¿no es a caso comunión con la sangre de Cristo?”
(1ª Co 10, 16)
“Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre” (1ª Co 11,
25) “que va a ser derramada por
vosotros” (Lc 22, 20) “para remisión
de los pecados” (Mt 26, 28)
Como antaño en el Sinaí la sangre
de las víctimas selló la Alianza de Yahvéh con su pueblo (Ex 24, 8), así
también sobre la cruz la sangre de la Víctima perfecta va a sellar entre Dios y
los hombres la ALIANZA NUEVA (Lc 22, 20) que anunciaron los profetas.
Monumento de nuestra iglesia de este año 2018 que intenta plasmar el mensaje que describimos a continuación
LA ALIANZA NUEVA
“He aquí que vienen días, Oráculo
de Yahvéh, en que yo pactaré con la casa de Israel una ALIANZA NUEVA. Pondré mi
Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”. (Jr 31, 33). Esta nueva y
eterna alianza proclamada por Ezequiel 36, 25-28, por Isaías 55, 3; 59, 21; 61,
8; Baruc 2, 35, será inaugurada por el sacrificio de Cristo.
EL CÁLIZ
¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? (Mt 20,
22)
La imagen del cáliz o de la copa es
utilizada por los profetas como una “copa de ira”. Aparece en Jr 25, 15-17; 49,
12; Ez 23, 32; Za 12, 2.
La imagen del cáliz es una metáfora
bíblica que designa la pasión ya cercana.
Los sinópticos cuando describen la
agonía de Jesús en Getsemaní (san Juan no la narra) ponen en labios de Jesús
esta frase:
“Padre, si es posible, pase de mí
este cáliz (copa de amargura); pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mt
26, 39. 42); (Mc 14, 36); (Lc 22, 41)
Ha llegado la hora de cumplir la
voluntad del Padre, Jesús tiene que sellar con su sangre la Nueva Alianza que
ha anticipado en la Cena, entregando su vida por todos. Es un trago amargo que
le hace experimentar el miedo y la angustia. Pero para esto ha venido al mundo,
para dar su vida en rescate por todos. El es el Siervo de Yahvé que carga con
nuestras rebeliones. Despreciado, rechazado, llevaba nuestros dolores y
aguantaba nuestros sufrimientos. Por haberse entregado en lugar de los
pecadores, tendrá descendencia que prolongará sus días. (Isaías 53)
Jesús nos enseña que nuestro
sufrimiento unido al suyo adquiere un valor, una eficacia y un sentido
redentor. Por eso, a la luz de la fe, sufrimiento y alegría no están reñidos
entre sí.