MADRE Mª LUISA NOS CUENTA SU
VOCACIÓN
Con motivo
de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, en este año 2015, que el Papa ha
dedicado a la Vida Consagrada, sor María Luisa de la Cruz (Araceli Rodríguez),
nos cuenta su vocación.
·
Madre, María Luisa háblanos un poco de ti.
Soy natural
de Puertollano (C. Real), hija de Jacinto y Mª del Prado. Junto con mis hermanas,
Marisa y Mari Carmen, formábamos una familia feliz y unida. Desde niña recibí
una educación religiosa, no solo en el seno de mi familia, sino en el colegio
de María Inmaculada, que llevaban las Hijas de la Caridad. Ahí me eduqué desde
los cuatro años.
Como mi
padre era el jefe de telégrafos lo trasladaban de un lugar a otro. Cuando tenía
trece años nos fuimos a Hellín, poco después a Villarrobledo.
·
¿Cómo se te ocurrió ser monja, y nada menos que de
clausura?
A mí no se
me ocurrió, se trataba de algo que
estaba dentro, llamémosle vocación, y un día salió a la luz. Dios nos da a cada
uno misión en la vida, es una llamada que debemos descubrir si queremos ser
felices, porque se trata de nuestro verdadero ser.
·
¿Te costó mucho descubrirlo?
Cuando yo
tenía trece años nos trasladamos a Hellín a vivir, yo asistía a la misa en el
convento de los franciscanos. Allí residían todos los frailes jóvenes que
estaban estudiando. Era emocionante ver cuando
se acercaban a comulgar: una larga procesión de frailes jóvenes con sus hábitos
y sandalias (aun en pleno invierno iban con los pies descalzos). Yo por dentro
decía: Si fuera chico, sería fralie.
Un día le comenté al Padre Isidro, un franciscano con el que me confesaba:
-
Padre, me encanta la vida de los frailes.
-
Pero Dios te ha hecho mujer, y si quieres consagrarte
a Dios debes ser monja.
-
¡¡¿Yo?!!... ¡Monja ni hablar!
-
Pues pide al Señor que te dé vocación de monja y
visita algún día a las clarisas.
Así lo
hice. Visité a las clarisas de Hellín y me impresionó verlas detrás de unas
rejas. Me dije: Yo ahí no me meto. Comencé
a pedirle al Señor todos los días: Tengo
que ser monja y no me gusta, por
favor, dame vocación. ¡Y vaya que si me la dio!
·
Si no querías ser monja, ¿cómo terminaste en un
convento?
Las cosas
de Dios…
Cuando
trasladaron a mi padre a Villarrobledo, yo tenía diecisiete años. Recuerdo que
viniendo de la estación me topé con un convento y una iglesia, pues nuestro
convento está justo en la calle que va a la estación. Desde el momento en que
lo vi, el corazón me dio un vuelco y una voz interior me hacía saber que ese
era el lugar donde Dios me quería. Luego pregunté y me dijeron que era el
convento de las claras. Dios me llamaba a ser clarisa franciscana.
Pronto
comencé el trato con las clarisas, pues me apunté al taller de bordados que
tenían las monjas en el colegio del convento. También trabajaba en la oficina
de telégrafos con mi padre. Cierto día destinaron a esa oficina a un joven que
se fijó en mí. Íbamos por Acción Católica, salíamos, nos hicimos amigos, pero
la idea de ser monja no se quitaba de mi cabeza. Estuve dos años madurando mi
decisión en silencio sin decir nada a nadie, hasta que se lo comuniqué a mis
padres, los cuales me apoyaron, pero me dijeron que me esperara a la mayoría de
edad, que por entonces era a los veintiuno. Luego lo comuniqué a la Madre Caridad
y en cuanto cumplí la edad, ingresé en
el convento.
·
¿Cómo han transcurrido estos 59 años?
Se han
pasado volando. La vida en el monasterio es muy hermosa. Dios es el centro y
motor de nuestra existencia cotidiana. Estar con Jesús, vivir bajo su mismo
techo y tratarle en el silencio de la oración; amarle y servirle en las
hermanas; entregar cada día la vida por la Iglesia y la humanidad, llena el
alma de gozo.
Además el
Señor me sorprendió con muchas salidas. Yo que ingresé en clausura, pensaba que
ya no saldría del convento, pero no ha sido así. En la Asamblea electiva de la
Federación de Cartagena-Murcia, a la que pertenece nuestro monasterio, salí
elegida Presidenta de la misma en 1988, cargo que desempeñé durante doce años.
Tuve que viajar por motivos del cargo a Guatemala, a Portugal, a Asís y muchas
veces a Madrid, además de visitar los diferentes conventos que la federación
tiene por distintas provincias: Alicante, Murcia, Almería, Cuenca y Guadix.
Todo ha sido un regalo de Dios. Solo tengo motivos para darle gracias.
Pues gracias a
ti, Madre María Luisa, por tu testimonio y tu entrega silenciosa al servicio de
la Iglesia y de este Monasterio del que has sido abadesa durante veinticuatro
años.