Hoy 6 de septiembre, primer viernes
de mes está dedicado al Sagrado Corazón de Jesús. Podemos dedicar un rato del
día a recogernos en silencio, soledad y oración para unirnos a Jesús y
repararle por tanto desamor como recibe de la mayor parte de los hombres.
Él prometió a santa Margarita Mª de Alacoque que todo el
que confiese y comulgue nueve meses seguidos el primer viernes de cada mes, no
se condenaría para siempre.
Seamos amantes de nuestra propia
alma y hagamos lo posible por salvarla. Solo tenemos que amar a Jesús, a su
bendita madre y rezar. Pues el que reza
se salva.
En este año dedicado al Sagrado
Corazón de Jesús proponemos cada primer viernes unas reflexiones y oraciones
para los seguidores de nuestro blog.
El mes pasado hablaba el padre
Mendizábal S. J. de la reparación afectiva hacia el Santísimo Sacramento del
Altar. Hoy nos propone la reparación afectiva hacia la sacratísima pasión de
nuestro salvador.
MEDITACIÓN
Padecer
con Cristo
Hay personas que tienen una
sensibilidad especial hacia el misterio de Cristo Crucificado en ellos hay un
matiz reparador hacia la pasión del Señor que es olvidada e ignorada.
El sentido
reparador cristiano está fundado en un inmenso amor a Dios y en un amor
hacia los hombres que hace sentirnos solidarios con el pecado del mundo.
El sentido reparador podemos vivirlo
en nuestra vida cotidiana, en un
cumplimento sencillo de nuestros deberes con tal de que lo vivamos con
ese sentimiento interno, con ese amor intenso, con esa voluntad de compensación,
en un impulso de fidelidad cada vez mayor para compensar ese desamor que pesa
sobre nosotros y nos hace más abiertos a la redención universal y al amor del
Padre y de Cristo.
La reparación afectiva no consiste
únicamente en consolar en el sentido humano.
Y llegamos con esto al gran misterio de
la crucifixión de la muerte, al misterio de la corredención dolorosa con Cristo.
Es el misterio de nuestra reparación
aflictiva.
Vamos a tratarlo con la luz del Señor
de comprender, de penetrar al menos un poco para captar lo que significa en
nuestra vida y para barruntar nuestra unión con la pasión con Cristo, de manera
que se cumpla la palabra del apóstol:
“Realizo
en mí lo que falta al pasión de Cristo por su cuerpo que es la iglesia”.
La eucaristía es la fuente del amor.
Jesucristo en la Eucaristía
verdaderamente vive y actúa quiere decir que ahora nosotros no solo estamos
activamente adorando al Señor sino que estamos bajo el influjo de su amor, bajo
su mirada amorosa que penetra dentro, que infunde amor porque es perpetuación
de la oblación del sacrificio de Cristo que está ahí dándose a nosotros e
infundiendo en nosotros el mismo espíritu de entrega y de amor.
Por eso a la Eucaristía no venimos
solo a hacer algo de nuestra parte, venimos a recibir y dejarnos hacer bajo la
mirada del Señor.
Hemos de dejar que ese amor de Cristo
nos penetre porque ese amor de Cristo con sus características ha de constituir
el fondo de nuestra reparación, produciendo en nosotros la unión con el Padre,
la unión con los hombres, la sensibilidad a las ofensas del Padre y al mal de
los hombres y la voluntad de evitar el pecado por una parte y un crecimiento de
amor intenso, cada vez más intenso, compensador por otra.
Invitados pues por esa amistad del
Señor que nos llama amigos, vamos a tratar con su gracia y su luz de penetrar
en el último aspecto que indicábamos:
EL
MISTERIO DE NUESTRA PARTICIPACIÓN DE LA REDENCIÓN DE CRISTO.
Si volvemos de nuevo nuestra mirada
al Corazón de Cristo, que nosotros participamos del Espíritu Santo vemos que
ese amor sensible a la ofensa del Padre y al mal de la humanidad le lleva a dar
un paso más, el hacerse hombre, de aceptar nuestra condición, de aceptar
nuestra naturaleza humana, sin excepciones de su condición mortal como consecuencia
del pecado del hombre. Así el Señor toma esa naturaleza sobre sí hasta la
muerte, la expresión la encontramos en el capítulo décimo a la carta a los
hebreos:
“Al
entrar Cristo en el mundo dijo: “Padre no has querido holocaustos ni
sacrificios, pero me has dado un cuerpo, aquí vengo Padre para cumplir tu
voluntad”.
Y en esa voluntad única hemos sido
santificado todos, cuando el Señor en el capítulo doce de san Juan ante la
proximidad de su muerte y de una muerte rodeada de circunstancias dolorosas y
humillantes se siente turbado y exclama:
“Padre, pase de mí esta hora. Pero si
he venido para esta hora hágase tu voluntad”.
Esa indicación tan impresionante
y conmovedora - si he venido para esto- nos revela todo el misterio del amor de
Cristo que se ha hecho hombre, aceptando esa condición humana que terminara en
la muerte de cruz y ante la presencia de esa muerte dice: “Si he venido para
esto”.
Cuando en la hora Santa
frecuentemente nos ocupamos en la consideración de la pasión del Señor y particularmente
de su agonía en el huerto no lo hacemos simplemente por un deseo de tener
lástima del Señor ante los sufrimientos de Cristo. Nosotros podríamos adoptar
una postura humana, la compasión en sentido humano, la lástima, tener lástima
de los sufrimientos de Jesús, sería la consolación de quien acercándose a uno
que sufre, trata tener para con él ese
sentimiento tan humano, tan comprensible que sentimos hacia los que sufren, aun
cuando no tengamos ningún sentimiento particular, ningún trato con ellos.
Al contemplar la pasión, al
participar en la hora santa, no vamos simplemente a tener lástima de Jesús,
esto es lo que muchas veces puede haber empequeñecido la visión de la devoción
al Corazón de Cristo, como si pretendiéramos presentar el cristianismo, como
una multitud de gente que continuamente tiene que estar teniendo lástima al
Señor porque siempre necesita de nuestra consolación y no es ese el sentido profundo.
Nos acercamos
a la pasión de Cristo para con-padecer con él, que es muy distinto. Para tener
esa postura de compadecer con una persona, es necesario el haber estado antes
profundamente compenetrado con ella.
Imaginemos un matrimonio muy unido,
muy bien preparado y llega el momento de la prueba, supongamos que el marido es
llevado a la prisión, es procesado, atormentado, al final ajusticiado. Y ese
hombre lleva esa persecución con un temple cristiano, de perdón a sus enemigos,
de ofrecimiento de sus sacrificios, de espíritu de redención, y su mujer tan
compenetrada con él, tan preparada como él, está cerca, presente a sus
sufrimientos.
Tendríamos que decir que esta mujer,
no es que simplemente tiene lástima de su marido en esas circunstancias, sino
mucho más, tiene las mismas actitudes de sufrir que su marido, tiene su mismo
amor, su misma generosidad, su mismo perdón para sus enemigos, su mismo espíritu
de oblación, con-padece con él.
La Virgen
al pie de la cruz no es que solamente tiene lástima de Jesús, lástima de su
hijo, sino que con-padece con él.
Nosotros nos acercamos a la pasión de
Cristo, a ese misterio, escuchando la palabra del Señor, que siente turbación
en su Corazón, siente temor, tristeza, angustia. El preludio del misterio de la
agonía en el huerto expresado, en el capítulo doce de san Juan:
“Padre líbrame
de esta hora, Padre si es posible pase de mi este cáliz”. Al escuchar su
palabra, “pero si he venido para esto”, ahí es donde tenemos que entrar en una
actitud de sufrir con Cristo, esto es lo que para nosotros sería fundamental.
Tenemos
que distinguir entre el sufrimiento y la actitud con que sufrimos.
Puede ser el sufrimiento de una
enfermedad, de la rotura de un brazo, y otra cosa es la actitud con que se
encaja ese sufrimiento,
la postura interior, lo que uno hace como persona en ese momento.
ORACIÓN
Adorado y Amadísimo Cristo,
ruego con humildad me mires benignamente.
Te amo y Reverencio en nombre
de todas las criaturas humanas
y reconociéndome pecador
e inmerecedor de tanto Amor,
ruego vengas en auxilio de mi Alma,
a la que deseo librar de los momentos
en que la contrito y la llevo a padecer.
Coloco mi Alma frente a Ti, Señor
mío
Ella añora Tu Amor, el que le niego
siendo tan humano, porque desprecio
lo que me imanta hacia Ti.
Deseo salvar mi Alma
liberándola
de los momentos indebidos a los que
mi voluntad humana tiende con mayor frecuencia.
Dadme la sabiduría y la humildad para que
mi voluntad busque Tu presencia Señor
y así unida a Ti, sea fiel
a Tu Santísima Voluntad.
Cristo, limpia mi corazón del
desamor
Cristo, limpia mi voluntad y guíame hacia Ti
Cristo, limpia mi mente y así céntrame en Ti
Cristo, limpia mi pensamiento de lo indebido
Cristo, limpia mis ojos para no mirar lo que no debo
Cristo, limpia mis oídos para no escuchar lo que te
ofende
Cristo, limpia mi lengua para que no enjuicie al
prójimo
Cristo, limpia mi razón para que no sea soberbia
Cristo, limpia mis sentimientos para no despreciar
al hermano
Cristo, limpia mis sensaciones para que no me
lleven a actuar mal
Cristo, limpia mi conciencia para que no me turbe y
me equivoque
Cristo, limpia mi historia de vida, para no juzgar
por mi pasado
Cristo, limpia mi pasado para que sea criatura
nueva en Ti
Cristo, limpia mis manos para que no se levanten
contra el hermano
Cristo, limpia mis pasos para que se dirijan
únicamente hacia Ti
Cristo, límpiame y renuévame
Cristo, por Tu Cruz enséñame a perdonar
Cristo, por Tu Cruz enséñame a no gustar de la
soberbia
Cristo, por Tu Cruz enséñame a no murmurar
Cristo, por Tu Cruz enséñame a mirar el dolor
Cristo, por Tu Cruz enséñame a amar como Tú
Cristo, por Tu Cruz enséñame a ser humilde
Cristo, por Tu Cruz enséñame a ser bondadoso
Cristo, por Tu Cruz enséñame a ser siervo útil a Ti
Cristo, por Tu Cruz enséñame a vivir en fe,
esperanza y caridad.
Levántame Cristo mío y enséñame
que la perfección eres Tú
y yo debo tender a la perfección,
no exigir al prójimo lo que debo ser yo.
Heme aquí frente a Ti, dame de
beber Tu Amor
y limpia Mi Voluntad.
Heme aquí, Cristo mío, pido Tu perdón.
Amén.