Hoy y mañana, son días de gran
silencio. La cristiandad está de luto porque Jesucristo ha muerto, su cuerpo
descansa en el sepulcro y los sagrarios de nuestras iglesias están vacíos. Su
madre desolada y dolorosa sufre la angustiosa ausencia del Hijo sepultado en la
fría roca.
Estamos
todavía en la “Gran Semana” de los cristianos”, la Semana Santa
Cada
hermana ha acompañado a Jesús, desde que entró triunfante en Jerusalén el Domingo
de Ramos hasta que ha expirado en la cruz y colocado en el sepulcro. ¿De qué manera
podemos acompañarle si murió hace más de 2000 años? Jesucristo sigue
hoy vivo en la Iglesia y la Liturgia nos actualiza su pasión, muerte y
resurrección. Acompañamos a Jesús metiéndonos dentro de su corazón para sentir
lo que Él sintió, consolándole con nuestro amor, siendo así como un vaso de
agua fresca en medio de sus tormentos. Por medio de la contemplación,
visualizamos cada escena como si estuviéramos presentes.
En la Última Cena Jesús se despide de sus amigos instituyendo la
Eucaristía y el Ministerio Sacerdotal. Adelantó su entrega sangrienta en la
cruz, dándose él mismo en forma de pan y de vino hasta el final de los siglos
por medio de sus sacerdotes. Lavó los pies de todos, incluso de Judas. ¿Qué
desgarro sentiría su alma al ver que ni siquiera este gesto de abajamiento
ablandaría su corazón para librarlo de las garras del Maligno? Su pasión de
amor sería inútil para el apóstol traidor.
Durante su Agonía en
Getsemaní moría de angustia.
Sentía la lejanía del Padre mientras los discípulos dormían. Los pecados de los
hombres de todos los tiempos pesaban sobre Él. También los tuyos y los míos.
Pero un ángel de luz le confortó, dándole descanso y alivio.
Posiblemente este ángel le hizo ver las almas de todos los tiempos y lugares de
la tierra que le amarían hasta dar su vida por Él. En Getsemaní estabas tú, estaba yo, confortándole, uniéndome a su
dolor, en el momento presente, no separándome del monumento, donde se reserva
su Santísimo Cuerpo consagrado durante la celebración de la Última Cena. Es
como si atravesara la barrera del tiempo y del espacio y me hiciera
presente allí con el deseo de amarle en su agonía para consolar su Corazón. También
vio todos mis pecados, y le causaron angustia, cargó con ellos, para
llevárselos a la cruz. ¿Cómo puedo hacer algo que sea para Él causa de dolor?
Este ángel de luz puso ante los ojos de Jesús todo un ejército de almas que
vivirían junto a Él eternamente y esto le dio fuerzas para aceptar el suplicio
que le venía encima, como Redentor.
Monumento del Jueves Santo 2017
Vivimos la pasión del Hijo unidas a la
pasión de la Madre. Ella fue testigo del juicio ante Pilato viendo a una
multitud pidiendo la muerte de su inocente Hijo, y la libertad de un asesino.
¿Qué sentiría su corazón? ¡Y en qué estado fue presentado al pueblo!: Flagelado
y coronado de espinas. Ella le acompaña junto a Juan y otras mujeres a la cima
del calvario.
Pensamos en
los tremendos dolores del Hijo cuando los fríos clavos atravesaron su cuerpo y
cómo resonaban los martillazos en el corazón de la Madre. Es el Cordero de
Dios que quita el pecado del mundo, sin defecto ni mancha, “asado vivo” en
el fuego de su propio dolor, para sacarnos de la esclavitud del pecado y darnos
la libertad de los hijos de Dios.
Nuestra madre santa Clara de Asís, vivía
estos días con gran intensidad. Estaba enamorada de Jesús pobre y crucificado.
Así le escribía a una clarisa hija del rey de Bohemia (santa Inés): “Ya que vos
habéis comenzado con tan ardiente anhelo del Pobre Crucificado, confirmaos en
su santo servicio. Que Él sufrió por nosotros el suplicio de la cruz,
liberándonos del poder del príncipe de las tinieblas, reconciliándonos con Dios
Padre”
En otra
carta a una clarisa de Brujas (Ermentrudis): “Ama con todas las fuerzas de tu
alma a este Dios infinitamente adorable y a su divino Hijo que quiso ser
crucificado en reparación por nuestros pecados. Que su pensamiento nunca se
ausente de tu espíritu. Medita asiduamente en los misterios de su pasión y en
los dolores que sufrió su santísima Madre al pie de la cruz”.
Contemplar
la Pasión de Cristo es una medicina para sanar mi pecado. El pecado
parte de la voluntad. ¿Cómo voy a querer yo algo que ha sido la causa de los
tormentos de mi querido y amado Jesús?
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