VEN ESPÍRITU DE DIOS SOBRE MÍ
Después de unos intensos días de preparación hemos celebrado
la Vigilia de Pentecostés con cantos, oraciones y meditaciones sobre los siete
dones del Espíritu Santo.
Con el oratorio adornado para la Solemnidad parecía que
estábamos en el cielo, recibiendo el DON DE DIOS.
En un ambiente de intimidad, en la Última Cena, dijo Jesús a
sus Apóstoles:
“No os dejaré huérfanos, Yo rogaré al Padre, y os dará otro
Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Jn 14, 16)
“Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta
la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que
oye y os comunicará lo que está por venir”. (Jn 16, 13)
El domingo pasado celebrábamos la Ascensión de Nuestro Señor a los cielos. Ya lo había anunciado
“Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo enviaré”. (Jn 16, 7)
Así lo explica san Cirilo de Alejandría:
Con el misterio Pascual de Cristo “Ya se había llevado a cabo el plan salvífico de Dios en la tierra; pero convenía que nosotros llegáramos a ser coherederos con Cristo y partícipes de su naturaleza divina.
Esto sólo podía llevarse a efecto con
la cooperación del Espíritu Santo”.
Esta noche toda la Iglesia se une en oración, como lo
hicieron los discípulos de la primera hora, en unión con la Virgen, para
recibir el Espíritu Santo.
Esto sucedió en la hora de Tercia del Domingo de Pentecostés.
A nuestros corazones
la hora del Espíritu ha llegado,
la hora de los dones
y del apostolado:
lenguas de fuego y viento huracanado.
Oh Espíritu, desciende,
orando está la Iglesia que te espera;
visítanos y enciende,
como la vez primera,
los corazones en la misma hoguera.
La fuerza y el consuelo,
el río de la gracia y de la vida
derrama desde el cielo;
la tierra envejecida
renovará su faz reverdecida.
Compartimos algunos textos de la liturgia de estos días:
Escribe san Basilio Magno:
“Él es fuente de santidad, luz para la inteligencia.
Él da a todo ser racional como una luz para entender la
verdad.
Con su acción lo llena todo, pero se comunica solamente a los
que encuentra dignos, no ciertamente de manera idéntica ni con la misma
plenitud, sino distribuyendo su energía según la proporción de la fe.
El Espíritu Santo está presente en cada hombre capaz de
recibirlo, como si sólo él existiera y, no obstante, distribuye a todos gracia
abundante y completa; todo disfrutan de él en la medida en que lo requiere la
naturaleza de la criatura, pero no en la proporción con que él podría darse.
Como los cuerpos limpios y transparentes se vuelven
brillantes cuando reciben un rayo de sol y despiden de ellos mismos como una
nueva luz, del mismo modo las almas portadoras del Espíritu Santo se vuelven
plenamente espirituales y transmiten la gracia a los demás”.
Y san Hilario:
“El Don de Cristo está todo entero a nuestra disposición, y
se halla en todas partes, pero se da a proporción del deseo y de los méritos de
cada uno”.
Hoy día de Pentecostés recemos con fe esta Secuencia:
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.
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