Voló a la casa del Padre al atardecer del día 3 de octubre de 1226
Tenía 44 años
El 4 de octubre
celebramos con gozo su fiesta, que para las
tres órdenes franciscanas tiene categoría de Solemnidad.
Ha dejado profunda huella en la historia de la Iglesia y de
la humanidad a lo largo de todo el segundo milenio.
En san Francisco se han inspirado literatos, artistas,
pintores, escultores, cineastas, historiadores, políticos y hasta
revolucionarios.
Cuando nació en Asís en 1182 fue bautizado con el nombre de Juan.
Su padre, que era un rico comerciante de telas que viajaba con frecuencia a la Provenza francesa,
comenzó a llamarle “Franchesco” que
significa “francesito” y con ese nombre se quedó.
¿Qué pasó en el alma del que fue
llamado rey de la juventud?
Su conversión fue un
proceso:
Cuatro fueron las experiencias que marcaron su vida:
1. El
encuentro consigo mismo en la cárcel, en la enfermedad.
2. El
encuentro con los pobres y leprosos, con quienes se identificaba y servía.
3. El
encuentro con el Crucificado, a quien escucha y obedece.
4. El
encuentro con la voluntad de Dios en el Evangelio.
Francisco pasó una juventud olvidado de Dios, metido de lleno
en el negocio de su padre, ambicioso de glorias y grandezas. Su temperamento
era alegre, abierto, emprendedor, generoso, digno de ser admirado.
A pesar de tenerlo todo, la vida no le sonrió.
A los 21 años
Francisco fue a la cárcel como prisionero, fruto de una batalla perdida entre
Asís y Perusa. Estuvo durante meses cautivo en una mazmorra.
Una vez salido de la cárcel se le declara una enfermedad
larga de curar en los pulmones.
Una vez curado, se vuelve a alistar en el ejército de un
conde, soñando en volver como caballero, lleno de honores y glorias.
Ya de partida, en la primera noche, tiene un sueño que le
afecta profundamente, en el cual escucha que se le dice:
«Francisco, ¿quién te va a pagar mejor, el amo o el siervo? Pues el amo.
Y entonces ¿a quién vas a servir?
Vuelve a Asís y ahí se te dirá lo que has de hacer».
Conmovido por este sueño y fruto de sus largos momentos de
silencio en la cárcel, Francisco decide abandonar no solo el ejército,
sino la empresa de su padre y sus sueños de grandeza y gloria.
Cambió el rumbo de su vida.
Tenía la certeza interior de aquella
voz le diría qué hacer.
Esta situación le lleva a orar, para pedir a Dios su
intervención.
Francisco va cambiando poco a poco, ya no es el mismo.
Le gusta desaparecer y retirarse en oración, pidiendo luz a Dios:
«Oh alto y glorioso Dios, ilumina las
tinieblas de mi corazón, dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta;
sentido y conocimiento, Señor, para que cumpla tu santo y veraz mandamiento».
Muy generoso con los pobres, se hizo la promesa de no negar
nunca la limosna a un pobre que se la pidiera por amor de Dios. Pero no soportaba
la presencia de los leprosos.
El mismo santo narra:
«Cuando yo andaba en pecado, yo no podía ver un leproso, pero el Señor me llevó donde ellos y practiqué la misericordia.
Entonces, lo que
para mí era amargo, se convirtió en dulzura del alma y del cuerpo».
Desde su abrazo con el leproso, acabó haciéndose amigo de ellos, visitándolos y curando sus heridas.
Ve en ellos a Cristo.
Se da cuenta de que el señorío de Cristo es distinto del
señorío feudal mundano.
Un día, pasando cerca de Asís, entró en la capilla de San Damián, y arrodillado ante la imagen de Cristo, suplicó:
«Señor, ¿qué quieres que haga?»
A lo que Él contestó:
«Francisco, repara mi Iglesia, que como ves, amenaza ruina»
Francisco pensaba que se refería a la iglesia material y se
dedicó a reconstruir iglesias.
Pronto otros jóvenes de la nobleza de Asís se le unieron en
esta tarea de “albañiles”.
Cuando ya era un grupo oyó en la iglesia que se explicaba el
pasaje el capítulo 10 del Evangelio de san Mateo:
"Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca;
curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que
habéis recibido gratis, dadlo gratis.
No llevéis en la faja oro, plata ni calderilla; ni tampoco
alforja para el camino, ni otra túnica, ni sandalias, ni bastón”
Lleno de alegría exclamó:
“Esto es lo que yo quiero; esto es lo que yo busco; esto es
lo que con todo mi corazón anhelo vivir”.
Redactó una Regla con citas del Evangelio para su fraternidad
y fue a Roma para que el papa Inocencio III se la aprobara.
Así nació la Primera Orden franciscana, la de los Frailes Menores, OFM.
Después, una noble de Asís, Clara, quiso seguir su estilo de vida.
El 18 de marzo de 1212 le prometió obediencia en la iglesia de Santa María de los Ángeles.
Y nació la Segunda Orden Franciscana: las clarisas, OSC.
Cuando los seglares se acercaban a Francisco y le decían que
querían vivir como él, nació la tercera Orden franciscana, OFS.
Dos años antes de su muerte fue marcado en el Monte Alvernia
con las señales de la Pasión de Cristo.
Según narraron los testigos oculares, eran verdaderos clavos los que atravesaban sus manos y sus pies,
haciendo de él otro Cristo.
Fue el primer estigmatizado de la historia de la Iglesia,
pero eran unos estigmas únicos que no se han repetido en ningún santo.
Por ese motivo, el emblema de la Orden Franciscana es el
abrazo con el Crucificado.
Nuestra comunidad, la Orden Franciscana Seglar y los habitantes
de Villarrobledo, nos hemos preparado para su fiesta con un solemne Triduo.
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