El Rey
de la gloria, su santísima Madre y un cortejo de vírgenes, vinieron a recoger
el alma de santa Clara. Sucedió el día de san Lorenzo del año 1253.
Una hermana fue testigo de todo lo que estaba sucediendo alrededor del lecho donde Clara expiraba con los ojos de la carne.
La misma santa Clara vio a Jesucristo antes de morir.
Una hermana fue testigo de todo lo que estaba sucediendo alrededor del lecho donde Clara expiraba con los ojos de la carne.
La misma santa Clara vio a Jesucristo antes de morir.
Así lo describe Tomás de Celano en la primera biografía de la santa escrita un año después de su muerte:
“Se la ve,
finalmente, debatirse en la agonía durante muchos días, en los que va en
aumento la fe de las gentes y la devoción de los pueblos.
Vuélvese
finalmente a las hijas que lloran para recomendarles la pobreza del Señor y les
recuerda con ponderación los beneficios divinos. Bendice a sus devotos y
devotas e implora la gracia de una larga bendición sobre todas las damas pobres
de sus monasterios, tanto presentes como futuros.
Entretanto,
la virgen santísima, vuelta hacia sí misma, habla quedamente a su alma: «Ve segura -le dice-, porque llevas buena escolta para el viaje.
Ve -añade-, porque aquel que te creó
te santificó; y, guardándote
siempre, como la madre al hijo, te ha amado con amor tierno. Tú, Señor -prosigue-, seas bendito porque me creaste».
Preguntándole
una de las hermanas que a quién hablaba, ella le respondió: «Hablo a mi alma
bendita». No estaba ya lejano su glorioso tránsito, pues, dirigiéndose luego a
una de sus hijas, le dice: «¿Ves tú,
¡oh hija!, al Rey de la gloria a quien estoy viendo?»
Reliquia de santa Clara, venerada en nuestra iglesia el día de hoy
La mano del
Señor se posó también sobre otra de las hermanas, quien con sus ojos
corporales, entre lágrimas, contempló
esta feliz visión:
Estando en
verdad traspasada por el dardo del más hondo dolor, dirige su mirada hacia la
puerta de la habitación, y he aquí que ve entrar una procesión de vírgenes
vestidas de blanco, llevando todas en sus cabezas coronas de oro. Marcha entre
ellas una que deslumbra más que las otras, de cuya corona, que en su remate
presenta una especie de incensario con orificios, irradia tanto esplendor que
convierte la noche en día luminoso dentro de la casa. Se adelanta hasta el
lecho donde yace la esposa de su Hijo e, inclinándose amorosísimamente sobre
ella, le da un dulcísimo abrazo. Las vírgenes llevan un palio de maravillosa
belleza y, extendiéndolo entre todas a porfía, dejan el cuerpo de Clara
cubierto y el tálamo adornado.
A la mañana
siguiente, pues, del día del bienaventurado Lorenzo, sale aquella alma
santísima para ser laureada con el premio eterno; y, disuelto el templo de su
carne, el espíritu emigra felizmente a los cielos. Bendito este éxodo del valle
de miseria que para ella fue la entrada en la vida bienaventurada. Ahora, a
cambio de sus austerísimos ayunos, se alegra en la mesa de los ciudadanos del
cielo; y desde ahora, a cambio de la vileza de las cenizas, es bienaventurada
en el reino celeste, condecorada con la estola de la eterna gloria.
Al día
siguiente se pone en movimiento toda la Curia: el Vicario de Cristo, con los
cardenales, llega al lugar, y toda la población se encamina hacia San Damián.
Era justo el momento en que iban a comenzar los oficios divinos y los frailes
iniciaban el de difuntos; cuando, de pronto, el señor papa dice que debe
rezarse el oficio de las vírgenes, y no el de difuntos, como si quisiera
canonizarla antes aún de que su cuerpo fuera entregado a la sepultura.
Observándole el eminentísimo obispo Ostiense que en esta materia se ha de
proceder con prudente demora, se celebra por fin la misa de difuntos.
A
continuación, los cardenales y presbíteros, con devota deferencia, rodean el santo
cadáver y, en torno al cuerpo de la virgen, terminan los oficios de ritual. Al
final, considerando que ni es seguro ni conveniente que tan inestimable tesoro
quede a trasmano de los ciudadanos, en medio de himnos y cánticos, entre sones
de trompeta y júbilo extraordinario, la levantan y la conducen con todo honor a
San Jorge.
Este es el
mismo lugar donde el cuerpo del santo padre Francisco había sido enterrado
primeramente, como si quien le había trazado mientras vivía el camino de la
vida, le hubiese preparado como por presagio el lugar de descanso para cuando
muriera.
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