Cómo resistió, con firme perseverancia,
el asalto de los parientes
9. Apenas vuela a sus familiares la noticia, éstos, con el corazón desgarrado, reprueban la acción y los proyectos de la virgen y, agrupados en tropel, corren al lugar intentando lo que finalmente no pueden conseguir. Emplean el ímpetu de la violencia, el veneno de los consejos, el halago de las promesas, queriendo persuadirla a que abandone tal vileza, indigna de su linaje y sin precedentes en toda la comarca. Pero ella, agarrándose a los manteles del altar, les muestra su cabeza tonsurada, asegurándoles que de ningún modo la arrancarán en adelante del servicio de Cristo. Y a medida que crece la violencia de los suyos, se enciende más su ánimo, y le inyecta nuevas energías el amor herido por las injurias. Y, de este modo, a lo largo de muchos días, sufriendo obstáculos en el camino del Señor, frente a la oposición de sus familiares a su propósito de santidad, no decayó su ánimo, no se entibió su fervor; por el contrario, en medio de los insultos y de los enojos, su decisión va convirtiéndose finalmente en esperanza, hasta que los parientes, quebrantado su orgullo, tienen que desistir.
10. Transcurridos pocos días, pasó a la iglesia del Santo Ángel de Panzo (6); mas como no encontrara allí su espíritu la plena paz, se trasladó finalmente, por consejo del bienaventurado Francisco, a la iglesia de San Damián. Aquí, clavando ya en seguro el ancla de su espíritu, no fluctúa más por posibles cambios de lugar, no vacila frente a aquella estrechez, no se arredra ante la soledad. Ésta es aquella iglesia en cuya restauración sudó Francisco con tan admirable esfuerzo; a cuyo sacerdote ofreció sus dineros para reparar la fábrica. Es ésta la iglesia en la que, orando Francisco, una voz, brotada desde el madero de la cruz, resonó en su alma: «Francisco, ve, repara mi casa que, como ves, se desmorona toda». En la cárcel de este estrecho lugar se encerró la virgen Clara por amor a su celeste Esposo. Aquí, guareciéndose de la tempestad del mundo, encarceló su cuerpo de por vida. Anidando en las grietas de esta roca (Cant 2,14), la paloma de plata engendró un colegio de vírgenes de Cristo, instituyó un santo monasterio e inició la Orden de las Damas Pobres. Aquí, en el camino de la penitencia, trituró los terrones de sus miembros, aquí sembró las semillas de la perfecta justicia, aquí con su propio caminar dejó marcadas las huellas para sus seguidoras. En este estrecho reclusorio (el Monasterio de San Damián), durante cuarenta y dos años, quebró con los azotes de la disciplina el alabastro de su cuerpo, a fin de que la casa de la Iglesia se inundara de sus aromas (cf. Jn 12,3). Se referirá más al detalle cuán gloriosamente habitó aquí una vez que se haya hecho relación de cuántas y qué grandes almas vinieron a Cristo gracias a ella.
el asalto de los parientes
9. Apenas vuela a sus familiares la noticia, éstos, con el corazón desgarrado, reprueban la acción y los proyectos de la virgen y, agrupados en tropel, corren al lugar intentando lo que finalmente no pueden conseguir. Emplean el ímpetu de la violencia, el veneno de los consejos, el halago de las promesas, queriendo persuadirla a que abandone tal vileza, indigna de su linaje y sin precedentes en toda la comarca. Pero ella, agarrándose a los manteles del altar, les muestra su cabeza tonsurada, asegurándoles que de ningún modo la arrancarán en adelante del servicio de Cristo. Y a medida que crece la violencia de los suyos, se enciende más su ánimo, y le inyecta nuevas energías el amor herido por las injurias. Y, de este modo, a lo largo de muchos días, sufriendo obstáculos en el camino del Señor, frente a la oposición de sus familiares a su propósito de santidad, no decayó su ánimo, no se entibió su fervor; por el contrario, en medio de los insultos y de los enojos, su decisión va convirtiéndose finalmente en esperanza, hasta que los parientes, quebrantado su orgullo, tienen que desistir.
10. Transcurridos pocos días, pasó a la iglesia del Santo Ángel de Panzo (6); mas como no encontrara allí su espíritu la plena paz, se trasladó finalmente, por consejo del bienaventurado Francisco, a la iglesia de San Damián. Aquí, clavando ya en seguro el ancla de su espíritu, no fluctúa más por posibles cambios de lugar, no vacila frente a aquella estrechez, no se arredra ante la soledad. Ésta es aquella iglesia en cuya restauración sudó Francisco con tan admirable esfuerzo; a cuyo sacerdote ofreció sus dineros para reparar la fábrica. Es ésta la iglesia en la que, orando Francisco, una voz, brotada desde el madero de la cruz, resonó en su alma: «Francisco, ve, repara mi casa que, como ves, se desmorona toda». En la cárcel de este estrecho lugar se encerró la virgen Clara por amor a su celeste Esposo. Aquí, guareciéndose de la tempestad del mundo, encarceló su cuerpo de por vida. Anidando en las grietas de esta roca (Cant 2,14), la paloma de plata engendró un colegio de vírgenes de Cristo, instituyó un santo monasterio e inició la Orden de las Damas Pobres. Aquí, en el camino de la penitencia, trituró los terrones de sus miembros, aquí sembró las semillas de la perfecta justicia, aquí con su propio caminar dejó marcadas las huellas para sus seguidoras. En este estrecho reclusorio (el Monasterio de San Damián), durante cuarenta y dos años, quebró con los azotes de la disciplina el alabastro de su cuerpo, a fin de que la casa de la Iglesia se inundara de sus aromas (cf. Jn 12,3). Se referirá más al detalle cuán gloriosamente habitó aquí una vez que se haya hecho relación de cuántas y qué grandes almas vinieron a Cristo gracias a ella.
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