miércoles, 11 de agosto de 2021

11 DE AGOSTO DÍA DE SANTA CLARA DE ASÍS

¿CÓMO FUE SU TRÁNSITO AL CIELO?

Hoy hemos celebrado con toda solemnidad la fiesta de nuestra santa fundadora. 

Se celebra el 11 de agosto, porque fue el día que murió. Es muy bonita la descripción de este momento en el que un santo que pasa al cielo. Las testigos del suceso lo contaron al que fue su biógrafo, Tomás de Celano

Lo transcribimos literalmente.


La imagen de santa Clara adornada en nuestra iglesia

                 Reliquia de santa Clara 

CÓMO RESPONDE SANTA CLARA 

A SU HERMANA QUE LLORA

43. Rodean el lecho de su Madre aquellas hijas que muy pronto quedarán huérfanas, cuyas almas atravesaba una espada de dolor.

No las retrae el sueño, no las aparta el hambre; sino que, olvidadas del lecho y de la mesa, día y noche tan sólo piensan en llorar. Entre ellas, la devota virgen Inés, saturada de amargas lágrimas, le dice insistentemente a su hermana que no se marche abandonándola a ella. 

Le responde Clara: 

«Hermana carísima, 

es del agrado de Dios que yo me vaya; 

mas tú cesa de llorar, 

porque llegarás ante el Señor en seguida de mí, 

y Él te concederá un gran consuelo 

antes de que me aparte de ti».

DEL TRÁNSITO FINAL Y DE LO QUE EN ÉL SUCEDIÓ Y SE VIO

44. Se la ve, finalmente, debatirse en la agonía durante muchos días, en los que va en aumento la fe de las gentes y la devoción de los pueblos. La visitan asiduamente cardenales y prelados honrándola cada día como a verdadera santa. Y es ciertamente admirable que, no pudiendo tomar alimento alguno durante diecisiete días, la vigorizaba el Señor con tanta fortaleza, que podía ella confortar en el servicio de Cristo a cuantos la visitaban.

Y como el piadoso varón fray Rainaldo la exhortara a la paciencia en aquel prolongado martirio de tan graves enfermedades, ella, con voz clara y serena, le contestó:

«Desde que conocí la gracia de mi Señor Jesucristo 

por medio de aquel su siervo Francisco, 

ninguna pena me resultó molesta, 

ninguna penitencia gravosa, 

ninguna enfermedad, 

hermano carísimo, difícil».

45. Mostrándose ya más cerca el Señor, y como si ya estuviera a la puerta, quiere que le asistan los sacerdotes y los hermanos espirituales, para que le reciten la pasión del Señor y sus santas palabras. Cuando aparece entre ellos fray Junípero, notable saetero del Señor, que solía lanzar ardientes palabras sobre Él, inundada de renovada alegría, pregunta si tiene a punto alguna nueva. Él, abriendo su boca, desde el horno de su ferviente corazón, deja salir las chispas llameantes de sus dichos, y en sus palabras la virgen de Dios recibe gran consuelo.

Vuélvese finalmente a las hijas que lloran 

para recomendarles la pobreza del Señor 

y les recuerda con ponderación los beneficios divinos.

Bendice a sus devotos y devotas 

e implora la gracia de una larga bendición 

sobre todas las damas pobres de sus monasterios, 

tanto presentes como futuros.


¿Quién podrá relatar el resto sin llorar? 

Están presentes aquellos dos benditos compañeros del bienaventurado Francisco:

Ángel el uno, que, lloroso él, consuela a las que lloran; León el otro, que besa el lecho de la moribunda.

Plañen las hijas desamparadas ante la separación de la piadosa madre y acompañan con lágrimas a quien se les va y no han de ver más en la tierra.

Duélense muy amargamente de que todo su consuelo se les marcha con ella y de que, abandonadas en este valle de lágrimas, ya no se verán más consoladas por su maestra, Clara.

46. Entretanto, la virgen santísima, vuelta hacia sí misma, 

habla quedamente a su alma:

«Ve segura -le dice-,

porque llevas buena escolta para el viaje. 

Ve, porque aquel que te creó te santificó; 

y, guardándote siempre, como la madre al hijo, 

te ha amado con amor tierno.

 Tú, Señor, seas bendito porque me creaste».


Preguntándole una de las hermanas que a quién hablaba, ella le respondió:

«Hablo a mi alma bendita». 

No estaba ya lejano su glorioso tránsito, pues, 

dirigiéndose luego a una de sus hijas, 

le dice: 

«¿Ves tú, ¡oh hija!, 

al Rey de la gloria a quien estoy viendo?»

La mano del Señor se posó también sobre otra de las hermanas, quien con sus ojos corporales, entre lágrimas, contempló esta feliz visión:

Estando en verdad traspasada por el dardo del más hondo dolor, dirige su mirada hacia la puerta de la habitación, y he aquí que

ve entrar una procesión de vírgenes vestidas de blanco, 

llevando todas en sus cabezas coronas de oro. 

Marcha entre ellas una que deslumbra más que las otras,

de cuya corona, que en su remate presenta una especie de incensario con orificios, irradia tanto esplendor que convierte la noche en día luminoso dentro de la casa.

Se adelanta hasta el lecho donde yace la esposa de su Hijo e, inclinándose amorosísimamente sobre ella, 

le da un dulcísimo abrazo.

Las vírgenes llevan un palio de maravillosa belleza y,

extendiéndolo entre todas a porfía, 

dejan el cuerpo de Clara cubierto y el tálamo adornado.

A la mañana siguiente, pues, 

del día del bienaventurado Lorenzo, 

sale aquella alma santísima 

para ser laureada con el premio eterno; 

y, disuelto el templo de su carne, 

el espíritu emigra felizmente a los cielos.

Bendito este éxodo del valle de miseria que para ella fue la entrada en la vida bienaventurada.

Ahora, a cambio de sus austerísimos ayunos, se alegra en la mesa de los ciudadanos del cielo; y desde ahora, a cambio de la vileza de las cenizas, es bienaventurada en el reino celeste, condecorada con la estola de la eterna gloria.

EL PAPA Y LOS CARDENALES ASISTEN 

A LAS EXEQUIAS DE LA VIRGEN

CON GRAN CONCURSO DEL PUEBLO

47. La noticia del tránsito de la virgen conmovió de inmediato, con impresionante resonancia, a toda la ciudad.

Acuden en tropel los hombres, acuden en masa las mujeres al lugar, y es tal la marea de gente que afluye, que la ciudad parece desierta.

Todos la proclaman santa, todos la llaman amada de Dios y no pocos, en medio de las frases laudatorias, rompen a llorar.

Acude el podestá con un cortejo de caballeros y una tropa de hombres armados, y aquella tarde y toda la noche hacen guardia vigilante, no sea que perdiesen algo de aquel precioso tesoro que está al alcance de todos.

Al día siguiente se pone en movimiento toda la Curia: el Vicario de Cristo, con los cardenales, llega al lugar, y toda la población se encamina hacia San Damián.

Era justo el momento en que iban a comenzar los oficios divinos y los frailes iniciaban el de difuntos; cuando, de pronto, 

el señor papa dice que debe rezarse el oficio de las vírgenes, 

y no el de difuntos, como si quisiera canonizarla 

antes aún de que su cuerpo fuera entregado a la sepultura. 

Observándole el eminentísimo señor Ostiense que en esta materia se ha de proceder con prudente demora, se celebra por fin la misa de difuntos.

A continuación, sentándose el Sumo Pontífice, y con él la comitiva de cardenales y prelados, el obispo Ostiense, tomando como tema el de vanidad de vanidades, elogia en notable sermón a esta gloriosa despreciadora de la vanidad.

48. A continuación, los cardenales presbíteros, con devota deferencia, rodean el santo cadáver y, en torno al cuerpo de la virgen, terminan los oficios de ritual. 

Al final, considerando que ni es seguro ni conveniente que tan inestimable tesoro quede a trasmano de los ciudadanos, en medio de himnos y cánticos, entre sones de trompeta y júbilo extraordinario, la levantan y la conducen con todo honor a San Jorge.

Este es el mismo lugar donde el cuerpo del santo padre Francisco había sido enterrado primeramente, como si quien le había trazado mientras vivía el camino de la vida, le hubiese preparado como por presagio el lugar de descanso para cuando muriera.

Muy pronto comenzó a acudir al túmulo de la virgen gran concurrencia de pueblo que alababa a Dios y clamaba:


«Verdaderamente santa, 

verdaderamente gloriosa, 

reina con los ángeles 

la que tanto honor recibe 

de los hombres en la tierra.

Intercede por nosotros ante Cristo, 

tú, primiceria de las Damas Pobres, 

que a tantos guiaste a la penitencia, 

a tantos a la vida».

Al cabo de pocos días, Inés, llamada a las bodas del Cordero, siguió a su hermana Clara a las eternas delicias; allí entrambas hijas de Sión, hermanas por naturaleza, por gracia y por reinado, exultan en Dios con júbilo sin fin (3).

3 comentarios:

  1. Muchas gracias por esta memoria gráfica del tránsito de santa Clara de Asís. Dios haga que, como ella, vivamos en libertad de espíritu, desposeídos de lo que no es el AMOR, la única riqueza del pobre evangélico.
    Mi felicitación a toda esa querida comunidad por su testimonio siempre vivo.
    Hermano en Cristo y en la Virgen Madre
    Eleuterio López, cmf.

    ResponderEliminar
  2. Felicidades a la comunidad por su testimonio de amor a Dios y de entrega total, y por ser testigos silenciosos de toda la misericordia del señor.

    ResponderEliminar
  3. Precioso!!! Santa Cara, ruega por nosotros

    ResponderEliminar