Día en el que termina y culmina el tiempo de Pascua con el envío del Espíritu Santo, don que el Señor hace a sus discípulos para que puedan continuar su misión.
La Iglesia, como Pueblo de Dios lleno de gracia y de verdad,
hoy se viste de fiesta porque está celebrando su nacimiento.
Fotografía tomada durante la Vigilia de anoche que duró dos
horas y media. Leímos y meditamos todas las lecturas con los salmos, además la
explicación de cada uno de los dones, intercalando cantos y momentos de
silencio.
Los apóstoles reciben la fuerza del Espíritu en un contexto
de debilidad y de miedo. Las puertas cerradas, en medio del mundo, por temor. Al
celebrar Pentecostés hemos de superar nuestros miedos para construir y ser la
Iglesia de la confianza, la que se arriesga en la misión y en el ejercicio de
la misericordia.
Celebramos que Cristo ha resucitado, la muerte ha sido
vencida, y no hay lugar para el miedo. El Resucitado tiene el poder y la
gloria, y cumple su promesa definitiva: nos envía su Espíritu. Espíritu de
valor y confianza, de fortaleza y verdad, de amor y gracia. Es el Espíritu de
la libertad, que arranca las puertas de los temores y las seguridades para
abrir las ventanas del riesgo en el amor comprometido; del fuego que aviva la
lucha por la dignidad y la posibilidad de la reconciliación del hombre. El
Espíritu hace posible otro mundo.
También es el Día
de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, con el lema “Discípulos misioneros de Cristo, Iglesia en el mundo”, Iglesia en el mundo”. Es la hora del apostolado. Todos los bautizados somos interpelados como
apóstoles: ¿soy consciente de la misión, de la responsabilidad que el Señor
deposita hoy en mí? ¿Asumo esa tarea como propia?
Fotografía de nuestra iglesia conventual,
con siete velas significando cada uno de los dones del Espíritu Santo: Temor de Dios, Consejo, Piedad,
Fortaleza, Ciencia, Inteligencia y Sabiduría.
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