lunes, 25 de diciembre de 2023

LA PALABRA SE HIZO CARNE EN EL SENO DE LA VIRGEN MARÍA

 Y ACAMPÓ ENTRE NOSOTROS

No es posible expresar con palabras humanas el inmenso amor de Dios por la humanidad, por cada hombre.

Basta pararse a contemplar la inmensidad inabarcable del Universo.

¿CÓMO ES POSIBLE QUE EL 

QUE HA CREADO TODAS LAS COSAS 

SE HAGA ÉL MISMO CRIATURA?

Pues se ha hecho un NIÑO indefenso y dependiente de los demás, mendigo de amor y cariño.

¡¡ESE NIÑO ES DIOS!!

Nada más frágil y precioso que un niño pequeño.

Él nació hace más de dos mil años en Belén y quiere nacer hoy en cada uno de nosotros si le abrimos el corazón.

Hoy veneramos en nuestra iglesia conventual al Niño Jesús.

COLOCADO EN EL CENTRO DEL ALTAR, SOBRE EL “SUELO”, porque Él ha bajado desde el cielo hasta lo más bajo asumiendo nuestra naturaleza humana, para que el hombre llegue a ser hijo de Dios.

Cada día, en el altar, en manos del sacerdote Él vuelve a nacer realmente para dársenos en comunión.

RODEADO DE TRES LUCES porque Él ha descendido a la tierra desde el seno de la Trinidad. Él es la segunda persona de la Santísima Trinidad. El que es LA LUZ DEL MUNDO vino en el silencio de la noche. Y esa luz la vieron los Magos de Oriente y vinieron de lejos a ver al Niño Dios. Es fácil quedarnos con luces de colores y olvidarnos de la Luz. La Luz está en nuestro corazón cuando vivimos en gracia de Dios. La confesión sacramental devuelve al alma la gracia perdida. Cuando uno reconoce su pecado, se arrepiente y lo confiesa, la luz vuelve a su alma y se llena de Paz. La Paz nace del fondo de nuestro corazón cuando estamos reconciliados con Dios, con los demás y con nosotros mismos.

ES EL REY DEL UNIVERSO, simbolizado en el color dorado de la vela que hay delante de su imagen.

LA BLANCURA DESLUMBRANTE QUE LO ENVUELVE nos recuerda que Él es la Luz del mundo. Él es pureza infinita. No conoció el pecado, pero por salvarnos asumió nuestros pecados y cargó con ellos para destruirlos en el madero de la Cruz.

EL NIÑO ESTÁ SOBRE UNA TELA ROJA que nos habla de su encarnación y de su pasión.

DOS ÁNGELES, UNO A CADA LADO. Pues cuando el Padre envía a su Hijo al mundo dijo: “Adórenlo todos los ángeles de Dios” (Hebreos, 1,6)

Cada nochebuena es especial, pero anoche, fue una fiesta más grande, recordado los 800 años de la Navidad de Greccio.

En la Navidad de 1223, tres años antes de su muerte, san Francisco tuvo el deseo de contemplar en nacimiento de Jesús. Quería que entrara por sus ojos el misterio de Belén.

En Greccio pasó a un establo y empezó a pedir a la gente que le ayudaran a reconstruir lo que ocurrió la noche de Navidad. Una mujer hizo de la Virgen, un hombre de san José, llamó a los pastores y lugareños que trajeran ofrendas al Niño Jesús.

El pesebre lo dejó vacío y comenzó la misa de Nochebuena en aquel pobre establo.

Un santo varón pudo contemplar que el Niño Jesús se hizo presente en el pesebre sobre aquellas pajas.

Este hecho fue recogido por todos los biógrafos de san Francisco, incluso san Buenaventura da fe del hecho.

Nuestro padre san Francisco era muy amante de Jesucristo en dos momentos de su vida: Su nacimiento y su muerte.

LA POBREZA DE BELÉN.

“Fue envuelto en pañales y reclinado en un pesebre” (San Lucas 2,7) y es el REY DEL CIELO.

LA POBREZA DE LA CRUZ

Muere desnudo, despojado de sus propias vestiduras, de su honor, de su belleza, sin un sepulcro donde ser enterrado.

Nuestros padres san Francisco y santa Clara amaron la pobreza no por sí misma, sino porque fue abrazada por el Hijo de Dios y su santísima Madre.

Cristo se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. (2ª Corintios 8, 9)

San Francisco se desposó con Dama Pobreza por amor a Jesucristo.

El Crucifijo de San Damián fue el Crucifijo que habló a san Francisco: “Repara mi casa, que como ves, amenaza ruina”. Fue tanto el amor de san Francisco por el Crucificado, que al final de su vida aparecieron sobre su carne las cinco llagas. Pues así se lo había pedido él:

“Concédeme, Señor, experimentar en mi ser el mismo amor que te llevó a ti a dar la vida por los hombres.

Concédeme, Señor, sentir en mi carne el mismo dolor experimentaste cuando fuiste crucificado en la cruz”

Tanto era su amor por el Crucificado que se identificó con Él.

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