sábado, 20 de septiembre de 2014

NOVENA A SAN MIGUEL ARCÁNGEL


Hoy comienza la novena en honor del glorioso arcángel san Miguel.

San Francisco era muy devoto del Príncipe de la milicia celestial. Fue precisamente dos años antes de su muerte, cuando dedicaba una cuaresma de ayuno en honor a san Miguel, cuando tuvo lugar la impresión de las llagas en el monte Alvernia el día 17 de septiembre.

DÍA 1º

 En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS:

Glorioso san Miguel, caudillo y príncipe de los ejércitos celestiales, fiel custodio de las almas, vencedor de los espíritus rebeldes, familiar de la casa de Dios, admirable guía después de Jesucristo, de sobrehumana excelencia y virtud, dígnate librar de todo mal a cuantos confiadamente recurrimos a ti y haz que mediante tu protección adelantemos todos los días en el santo servicio de Dios.

1ª SALUTACIÓN.

Todopoderoso y eterno Dios, por la intercesión de san Miguel Arcángel y del coro celestial de los SERAFINES, enciende en nuestros corazones la llama de la perfecta caridad.

Un Padre Nuestro y tres Avemarías.

V / Ruega por nosotros, glorioso san Miguel, Príncipe de la Iglesia de Jesucristo.

R / Para que seamos dignos de alcanzar sus promesas.

Arcángel san Miguel, defiéndenos en la lucha, sé nuestro amparo contra la malignidad y las insidias del demonio. “Reprímale Dios”, te pedimos suplicantes; y tú, Príncipe de la milicia celestial, lanza al infierno a Satanás y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para perder las almas. Glorioso Arcángel, defiende nuestra nación y su Iglesia, protege al Papa, para que podamos ver pronto el glorioso triunfo del Inmaculado Corazón de  María. Amén.

OREMOS

Dios  Todopoderoso y eterno, que por un prodigio de tu bondad y misericordia a favor de la común salvación de los hombres, escogiste por príncipe de tu Iglesia al gloriosísimo Arcángel san Miguel, te suplicamos nos hagas dignos de ser librados por su poderosa protección de todos nuestros enemigos de modo que en la hora de la muerte ninguno de ellos logre perturbarnos, y podamos ser por él mismo introducidos en la mansión celestial para contemplar eternamente tu augusta y divina Majestad. Por los méritos de Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

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