jueves, 3 de octubre de 2019

PRIMEROS VIERNES DE MES

OCTUBRE


Mañana 4, día de nuestro padre san Francisco, coincide con el primer viernes de mes. 

Desde la plataforma de este blog felicitamos a todos los miembros de la Orden Franciscana y a todos los que celebran su onomástica.

Ofrecemos material para hacer una vigilia de oración y reparación a nivel personal esta noche o mañana.


Sería muy bueno hacer una hora santa, al menos una vez cada mes, volviendo la mirada hacia el Corazón de Cristo.

Hoy terminamos la meditación del padre Mendizábal. Es PRECIOSA. Viene a decirnos que:

Nuestros dolores y sufrimientos no son inútiles, Dios los ve. El valor que adquiere el sufrimiento lo aportamos nosotros cuando los aceptamos voluntariamente y los unimos a la pasión de Cristo.

MEDITACIÓN

Nos acercamos a la pasión de Cristo no para quedarnos en la consideración de los sufrimientos del crucificado, sino que hemos de entrar hasta su actitud de sufrir, y la actitud de sufrir de Cristo es la que nos ha de iniciar a nosotros en nuestra actitud de corredención con Cristo. Una actitud que está fundada toda ella en un amor inmenso, en una sensibilidad a la ofensa del Padre que le lleva a aceptar esa condición humana mortal, dolorosa, aceptándola con amor, porque es condición pecadora de la humanidad y Cristo la asume en actitud de amor y la transforma en instrumento de redención.

Este es el misterio insondable de la Cruz de Cristo.

Esa muerte que vivifica, ese sufrimiento encajado en el amor, es el que nos muestra a nosotros cual es el sentido de la Cruz para que sepamos también llevarla.

Vamos entonces a contemplar la agonía del Corazón de Cristo en el huerto, porque ahí se nos revela la actitud sufriente de Cristo, su voluntad de sufrir, su amor con el que sufre, su aceptación de la cruz, la inmensidad de un amor que acepta el sufrimiento y la muerte haciéndose solidario de la humanidad pecadora.

En el capítulo décimo de la carta a los hebreos, se indica el sentido de ese sufrimiento de Jesús.

“No has querido holocaustos ni sacrificios por el pecado, para remediar esa ofensa, pero me has dado un cuerpo lo quiero, lo acepto. Padre vengo para hacer tu voluntad si he venido para eso”.

Y en esa voluntad con la cual se acepta una vida que es mortal, se acepta la muerte que es el acto supremo de esa vida mortal.

Así vemos que Jesús en el momento de su muerte inclina su cabeza y entrega su espíritu, no es que se le cae la cabeza al morir es que inclina su cabeza.


Es que da su sí, su sí total, su sí cósmico a la redención para siempre, a la voluntad del Padre, su sí al amor hasta la muerte, el sí definitivo de una vida que se ofrece.

Ahí aprendemos la reparación aflictiva, nuestra reparación aflictiva no es otra cosa sino aceptar en un amor participado del Corazón mismo de Cristo, nuestra vida mortal con todos sus condicionamientos dolorosos, con todo lo que lleva consigo su condición humana, mortal, aceptar todo que lleva de aflicciones, de roces, de incomprensiones, de molestias, hasta la muerte misma.

Aceptar esta vida mortal en la caridad y en el amor.

Tratemos de exponerlo en un sentido misterioso profundo.
El Corazón de Cristo ahora glorioso, triunfante, al que le llega la ofensa al Padre, no tiene ya en sí una humanidad capaz de tomar sobre sí esa condición mortal.


Pero en nosotros ese mismo amor del Corazón de Cristo comunicado a nuestro corazón se realiza en un cuerpo que lleva consigo la condición mortal, donde puede prolongarse todavía la pasión de Cristo y entonces comprendemos de una manera más profunda lo que dice san Pablo; que en nosotros se cumple lo que falta a la pasión de Cristo por su cuerpo que es la iglesia.

No digamos que ya está todo satisfecho, que ya está todo ofrecido.

La satisfacción de Cristo no es una satisfacción que sustituye nuestra aportación sino que es una satisfacción solidaria con la nuestra.

Nuestra actitud de satisfacción no sería posible sin la pasión de Cristo, por lo tanto recibe su fuerza unida a ella, se ofrece al Padre y por ella es aceptada por el Padre.

Por eso toda nuestra unión, toda nuestra oblación, toda nuestra expiación tiene que estar unida al sacrificio de Cristo en la Eucaristía y a eso nos invita el Señor.


Tenemos que aprender a sufrir llevando esta vida mortal nuestra con la actitud interior de Cristo y a esto nos introduce a la visión del misterio del Corazón de Cristo; nos lleva a que pongamos en toda nuestra vida un corazón como el de Cristo.


No simplemente para contemplarla sin más, sino  para que  pase a nosotros con la fuerza de la Eucaristía, sacrificio y comunión, que pase la caridad de esa vida eterna es la que ha de hacernos vivir nuestra condición mortal, consecuencia del pecado con la fuerza y el vigor de la vida eterna, con la caridad de Cristo. Entonces es cuando vivimos de manera perfecta nuestra pasión en el Señor, entonces es cuando podemos decir también nosotros llevo en mí las llagas de Cristo, llevo en mi las señales de la pasión de Cristo.


No quiere decir esto que nuestra vida cristina tenga que ser una vida tenebrosa y triste. Debemos vivir cada instante de nuestra existencia en el gozo de Dios, asumiendo la realidad de una condición mortal y aceptarla. Siempre tendremos momentos duros, en los que como el mismo Cristo nos sentiremos también turbados y también diremos:

“Padre pase de mí esta hora”.

Cuando con la luz de la caridad y del ejemplo del Corazón de Cristo reflexionamos, comprendemos que estamos solidarizados con el pecado del mundo y con nuestros pecados. Entonces repetiremos las mismas palabras de Cristo “pero si he venido para esto”, lo aceptamos, porque sabemos que es así, que estamos asociados a la pasión de Cristo y terminará luego en el fruto de la resurrección, en la redención y salvación de la humanidad entera.

Ahí nos encontramos pues es el núcleo de la vida cristiana: unión e identificación con la voluntad del Padre.

Nuestro seráfico padre Francisco nos dio ejemplo.

Vivió tan unido e identificado con Cristo en su pasión que los dos últimos años de su paso por la tierra tuvo impresas en su carne las cinco llagas, de las cuales manaba sangre. Fue el primer estigmatizado de la historia.


Por eso el escudo de la Orden Franciscana es el abrazo con el crucificado.

ORACIÓN

“Mi Alma esta triste hasta la muerte”

¡Oh! Divina Tristeza de Jesús que salvaste al mundo y preparaste para nosotros los goces del Paraíso, remedia nuestras penas, acepta nuestro dolor por haber ofendido tan gravemente al Señor nuestro Dios. Queremos acompañarte en todos los Sagrarios solos, abandonados y descuidados donde estás padeciendo tu Agonía y compartirla contigo.

Quiero fundirme con tu Corazón Agonizante, mi Amado Jesús, y estar en vela y en Oración, reparando por las Tres Horas de Agonía, que padeciste en Getsemaní.


Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro pro­fundamente y te ofrezco el Precioso Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad, de tu Amadísimo Hijo; realmente presente en los Sagrarios de la tierra, en expiación, desagravio, reparación, ado­ración y consuelo, por las blasfemias, sacrilegios e indiferencias con las que es ofendido.

Te ofrezco los Infinitos Méritos del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y del Doloroso e Inmaculado Corazón de María, por la conversión de los pobres pecadores y la paz del mundo. Amén.

JACULATORIAS

¡Oh Jesús mío!, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al Cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu Misericordia.

Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo y te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman. Amén.

Sacratísimos Corazones Unidos de Jesús, José y María, Triunfen en todos los corazones y traigan el Reino Eucarístico de la Divina Voluntad. Os amo. Salven a las almas, salven a los consagrados, salven a las familias, salven al mundo entero. Amén. 

ENLACE. 
Para crecer en el amor hacia Jesús Eucaristía

https://www.youtube.com/watch?v=_mLP6J3MG2w

10 maneras para enamorarte profundamente de la eucaristía










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