Hoy
conmemoramos el inicio de la Iglesia el día de Pentecostés, cuando los apóstoles
reunidos en el cenáculo, con la Virgen María, permanecían en oración a la
espera del Don que Jesús les había prometido antes de subir al cielo.
La manaña
de Pentecostés, a la hora de Tercia, el Espíritu Santo se manifestó como “un viento
recio”. Entonces aparecieron visiblemente unas lenguas de fuego que se
repartieron sobre cada uno de ellos, quedando llenos del Espíritu Santo. Desde
entonces comenzaron a dar testimonio de Jesús, sin temer tormentos ni amenazas.
Ese mismo
Espíritu Santo recibimos en el día de nuestro bautismo y confirmación, pero
cada año, renovamos ese deseo de que tome posesión de nuestros corazones y nos
inunde con sus siete dones para que demos los frutos dignos de su presencia
viva en nosotros.
Esta
comunidad de hermanas clarisas se preparó para recibir el Espíritu Santo con
una preciosa Vigilia de 10 a 12 de la noche. Implorando el don del Espíritu no
solo para cada una de las 8 hermanas allí presentes ante el Santísimo
Sacramento expuesto, sino para toda la Iglesia. Nos sentíamos en comunión con nuestros
hermanos del mundo entero, que esa noche pedían al Padre la Promesa de Jesús.
A cada
hermana nos tocó en suerte un don y dos frutos del Espíritu para este año.
Leímos en qué consistían cada uno de los dones: Temor de Dios, Consejo, Piedad,
Fortaleza, Ciencia, Inteligencia y Sabiduría.
Hubo tiempo
para cantar, hacer silencio meditativo y leer las seis lecturas de la Vigilia,
con sus moniciones:
Génesis 11,
9-11
Éxodo 19,
3-8; 16-20
Ezequiel
37, 1-4
Joel 3, 1-5
Salmo 103,
1-2; 24-30
Romanos 8,
22-27
Juan 7,
37-39
Dos horas
que pasaron volando y dejaron una profunda paz en el alma.
Agradezcamos
de corazón a la Santísima Trinidad la obra de la Creación y Redención del
hombre. Gracias a la Pasión, muerte y Resurreción de Cristo, hoy podemos
disfrutar de la presencia viva del Espíritu el “Dulce Huésped” de nuestras almas. Aquél que como dice la Secuencia
de Pentecostés:
“Mira el
vacío del hombre, si tú le faltas por dentro,
Mira el
poder del pecado cuando no envías tu aliento”.
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