CARTA A SOR ISABEL EN EL DÍA DE SU PASCUA.
Mi querida sor Isabel:
Hoy día 9 de mayo de 2015 hemos dado
sepultura a tu cuerpo. Ya no estás con nosotras físicamente y notamos tu
ausencia, el vacío que dejas. Ahora te haces presente de un modo muy especial
entre tus hermanas de comunidad por el recuerdo de tu vida ejemplar.
En tu ausencia se hacen más presentes
las virtudes que adornaban tu vida y que hoy brillan con intensidad. ¿Por dónde comenzamos a enumerarlas?
Sor Isabel en la sala de labor trabajando en la confección de escapularios
- Tal vez la más sobresaliente era tu absoluta confianza en Dios,
en su bondad y providencia. Solías decir a quien se compadecía de tu ceguera. “Dios
me ha hecho un bien, quitándome la vista
de los ojos, ahora veo mucho mejor, pero con los ojos del espíritu. Así que
estoy agradecida a Dios que sabe lo que más conviene”.
- Tu deseo de hacer siempre la voluntad de Dios en cada
momento, siendo fiel a los actos de comunidad, siempre que la salud te lo ha
permitido. ¡Cuánto disfrutabas al estar con tus hermanas!
- Tu espíritu de oración. ¿Cuántas noches has pasado en vela
ante el sagrario pidiendo perdón por los pecados con que Jesús era ofendido?
Solo Dios lo sabe. En
mis correrías estudiantiles y turísticas por estos mundos de Dios, después de
conocerte haciendo la experiencia en el convento, sentía a mi lado tu presencia
orante y la de todas las monjas.
-
La profundidad de tu alma
era patente a todos. Quien se acercaba a tu lado, podía captar la paz y la
serenidad que transmitías. Decías con tu sola presencia: “El Señor es mi roca”.
Él era el fundamento de toda tu vida, eso se “respiraba” a tu lado.
-
Vivías de cara a Dios.
No te importaban los juicios negativos que pudieran hacer de ti ni las
incomprensiones que a veces pueden surgir en el trato con los demás. Solías
decir: “Lo que somos delante de Dios, eso somos y no más ni menos”. Actuabas
con rectitud de intención y ese era el juicio que te importaba.
Sor Isabel de pie a la derecha cuando era aspirante con la edad de 20 años. En la foto con ella la madre Caridad y sor Celina. En un viaje al médico la visitaron en su casa de Albacete en 1953.
Tu laboriosidad. Estabas ciega, pero tus manos no
conocían la ociosidad. Por las mañanas trabajabas de pinche en la cocina
limpiando el pescado, pelando patatas, arreglando verdura o lo que hiciera
falta. Tenías “ojos” en los dedos y nadie podía imaginar que estuvieras totalmente
ciega cuando te veían trabajar con esa soltura. Por las tardes, en la sala de
labor, ayudabas en la confección de escapularios cortando y atando cordones. Y
en los ratos libres te ponías a hacer los cíngulos de todas las monjas, también
les hacías toquillas de lana, gorros, jerséis, peduques y manguitos para el
invierno.
- La puntualidad en ti a veces nos molestaba. ¿Tal vez por ser
hija de un guardia civil? No, no era eso. Es que tu Esposo te esperaba para la
oración y tú querías asistir a la cita 5 o 10 minutos antes de que sonara la
campana.
- Eras muy sufrida, tenías un gran espíritu de sacrificio. A
veces daba la impresión de que las cosas no te dolían, porque lo disimulabas
muy bien, con tu alegría. ¡Cuánto has sufrido! A las limitaciones de tu ceguera
se sumaban los problemas de la circulación, del vientre, del intestino, tus
caídas, las cinco vértebras rotas ya sin el disco. A veces decías con sentido
del humor que habían elegido bien el nombre que te pusieron cuando tomaste el
hábito: sor Dolores.
Sor Isabel de novicia en el refectorio.
- Capacidad de escucha. Te agradezco de corazón los ratos que
sin prisa y con atención me has escuchado respondiendo a mis dudas. Con tus
consejos me ayudabas a superar los obstáculos que se iban presentando en los
inicios de mi vida consagrada. Sabes lo mal que lo pasé antes de hacer la
profesión solemne y tú me decías: “Abandónate, santa Teresa escribe en Las Moradas, que en ese momento de
dificultad les llega a todos, son muchos los que desertan de la vocación.
Tienes que dar el salto. ¡Ánimo!”.
- Tu trasparencia con Dios y con los demás. ¡Cuánta fue tu
alegría al recibir de Chiara Lubich una Palabra de Vida: “Yo conozco a mis
ovejas y las mías me conocen”. Querías conocer a Dios y ser conocida por Él.
Querías que en ti no hubiera recovecos con el confesor ni con las hermanas y
ser como un libro abierto.
-Tu
devoción al ángel de la guarda, a las ánimas del purgatorio y a san Antonio. Cuando todavía podías
caminar, pero ya por los años estabas más desorientada, ibas de cabeza a poner
el pie delante de la escalera ancha y notaste cómo tu ángel de la guarda tiraba
de ti hacia atrás para evitar que cayeras en el vacío. En tu gran limitación
(ya ibas en silla de ruedas) te has visto muchas veces apurada y has pedido
auxilio a los santos de tu devoción. Mira que por casualidad aparezco en ese
momento y me dices: “San Antonio te ha traído por favor, llévame”. Otras veces
decías: “Anímicas del purgatorio, amparadme”. Y aparecía por casualidad en ese
preciso momento alguien que te auxiliaba.
- Tu devoción filial a la Madre de Dios. Cuando a los quince años hice mi
experiencia vocacional en el convento, te pedía que me enseñaras algunas oraciones.
Me dictaste una especialmente larga, pero muy bonita, era la consagración a la
Virgen Inmaculada: “En este valle de lágrimas, tú María, serás mi consuelo y mi
ayuda, búscame si te perdiere, llámame si te abandono, cógeme si a caer yo
fuere…”
- A todos sorprendía tu sentido del humor. Cuando todavía podías caminar
¡cuántas veces te pegabas golpes en la cabeza y en lugar de enfadarte, con una
gran sonrisa decías: “ha sido una caricia de Jesús”, y aunque se te ponía
morado tú decías que no era nada. En las situaciones más inesperadas o
chocantes, te venía a la mente el chiste que venía a pelo con ello, haciéndonos
reír a todas.
- Siempre estabas con tu lámpara encendida, por eso el Señor te llevó con Él
sin avisar. Nadie podía imaginar que te fueras tan de repente. No nos dio
tiempo de decirte “adiós”. Después del aseo personal, ya en tu habitación, el
corazón se paró y te quedaste entre los brazos de la madre. Cuando la noticia
corrió entre tus hermanas de comunidad no podíamos creerlo. Viviste en la
tierra sin hacer ruido y sin hacer ruido te has marchado al cielo, precisamente
en este tiempo de Pascua.
Aunque has desaparecido físicamente de
nuestro lado, sentimos tu presencia espiritual entre nosotras. Ayúdanos a
imitar tus virtudes y llevar a la práctica tus buenos ejemplos.
Ahora tus ojos, cerrados durante
tantos años a las realidades de este mundo, se han abierto para para siempre y
estás viendo lo que para nosotros es invisible en esta vida: el Reino de los
cielos. Confío que ya estés gozando de la presencia y visión de tu amado Jesús.
Rezamos por ti, hazlo tú por nosotras. TE QUEREMOS.
Sor Yolanda de los Ángeles.